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martes, 22 de enero de 2013

Lo que la colección no esconde (II): Guantes

Uno de los accesorios fundamentales para pasar estos fríos días de enero son los guantes. Un ejemplo de ellos son los que ahora podemos contemplar en la planta tercera del Museo, gracias a la reforma que se ha realizado en estas salas en los últimos meses.

Existe una leyenda griega que cuenta el origen de esta prenda. Mientras Afrodita, diosa del amor y la belleza, perseguía a Adonis en los bosques, se lastimó las manos con unas espinas. Las tres Gracias, en cuanto oyeron sus lamentos la socorrieron y unieron unas tiras delgadas y livianas que adaptaron a las manos de la diosa.

Leyendas aparte, lo cierto es que los guantes se han utilizado a lo largo de toda la Historia. Surgen de la necesidad de los habitantes expuestos a los grandes fríos de proteger sus manos contra los rigores de la nieve, el hielo y los vientos polares, los fabricaban de todo tipo de pieles y telas. En el siglo IV, para los caballeros el guante fue un artículo de lujo, símbolo de elegancia y distintivo de casta. Durante la Edad Media, la armadura de los hidalgos incluía manoplas de acero. En esa época la tradición y la etiqueta no permitían el uso de guantes en las damas, que empezaron a utilizarlos alrededor de los siglos XI-XII. El uso del guante alcanzó su apogeo a fines de la Edad Media, también extendiéndose al uso litúrgico.

Durante la Edad Moderna, en los siglos XVI y XVII, los maestros guanteros españoles, junto a los franceses, gozaron de una gran fama en lo concerniente a la confección y elaboración de guantes de piel. En todos los casos se siguieron unos métodos tradicionales de fabricación que permanecieron inalterables hasta el siglo XIX y que implicaban un conocimiento profundo del oficio de la curtiduría, consistente en tratar las pieles y cueros, aunque también se realizaban en otros materiales como lana o lino.

CE06475

Los guantes estampados en piel de cabritilla, como estos que nos ocupan, (CE06475 y CE06476), estuvieron de moda desde el último decenio del siglo XVIII hasta los años 20 del XIX y eran destinados fundamentalmente a la burguesía y la aristocracia. A pesar de que el proceso de estampación permitió ampliar la producción, abaratando los costes, no estuvieron al alcance de los grupos más populares, que utilizaban otros de peor calidad.        

La decoración que presentan, consistente en personajes y animales que parecen sacados de la Comedia del Arte dispuestos en una red de rombos, debió de ser una de las tipologías con mayor aceptación en la época, ya que se conservan ejemplos similares en distintas colecciones como en las del Museo Cerralbo, en el Museo del Traje CIPE, o en el Centro de Documentación Textil de Tarrasa.

Aunque hoy día, su uso fundamentalmente es de prenda de abrigo, los guantes han contado con una amplia simbología a lo largo de la Historia; el acto de cubrirse las manos podía expresar respeto y devoción en el ámbito eclesiástico, un reto o desafío era lo que significaba en algunas ocasiones si se lanzaban, o también eran un símbolo inequívoco de ostentación, estatus y poder, especialmente en el caso de la nobleza y la realeza.


Detalle del guante

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