El pasado miércoles no fue un 27 de febrero cualquiera. Ciento cincuenta años antes, en Valencia, en el seno de una humilde familia nació un niño al que sus padres, vendedores de tejidos, llamaron Joaquín. Huérfano a los dos años, nuestro niño y su hermana se fueron a vivir con sus tíos maternos. Pronto se vio que a nuestro protagonista le gustaban más los colores que las letras y que la cerrajería -profesión en la que quería introducirle su tío - no era su vocación.
Comenzó sus clases de dibujo con Cayetano Capuz en la Escuela de Artesanos. Acudió también a la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y a partir de 1879 comenzó a participar en concursos y exposiciones, primero en su ciudad natal, Valencia y más tarde en Madrid. Es en esta ciudad donde descubrió el Museo del Prado y en él la pintura de Velázquez que le produjo un gran impacto. En 1885 viajó a Roma, gracias a una pensión de la Diputación de Valencia. Una vez allí recorrió gran parte del país y pasó buena parte de su estancia en Asís. Finalmente, ya casado con Clotilde García del Castillo, volvió a Valencia para instalarse definitivamente en Madrid en 1889.
Tras esta etapa, denominada de Formación, comenzó la etapa de Consolidación del artista caracterizada por el realismo social con gran influencia de Velázquez y por el costumbrismo que inundó sus cuadros. Comenzó a pintar al aire libre, influido por la luz y el color del Mediterráneo. En 1900 recibe el Grand Prix en la Exposición Universal de París. Es éste el inicio de su tercera etapa, la etapa de Culminación, que durará hasta 1911. Sus viajes a París de esta época se tradujeron en la irrupción de los -ismos en su pintura. Triunfó el luminismo, la luz. La etapa Final del pintor coincidió con el encargo por parte de la Hispanic Society de Nueva York de decorar su biblioteca. Esta obra que realizó entre 1912 y 1919, supuso un gran esfuerzo para el artista, que falleció en Cercedilla, en 1923, a causa de una hemiplejía que sufrió tres años antes.
Hablamos de Joaquín Sorolla Bastida.
CE19100 |
De Sorolla guarda el MNAD una bella obra. Se trata de una pintura de óleo sobre lienzo. Es el retrato de una mujer, sonriente, envuelta en gasas blancas y con un fondo arbolado. Está enmarcado en terciopelo rojo, en un marco moldurado y dorado.
Este cuadro permanecía "escondido" en los almacenes del Museo hasta que Rui Macedo, artista portugués creador de la exposición temporal Un cuerpo extraño - de la que podéis disfrutar en la planta baja del Museo hasta el próximo 12 de mayo - lo rescató entre miles de piezas para que presida la sala Naturaleza Muerta.
Antes de que vuelva a ocultarse entre los fondos del Museo os invitamos a que lo conozcáis y descubráis el realismo y la naturalidad de uno de nuestros pintores más conocidos.
Es un cuadro precioso y que merece la pena ir a verlo y así visitar el museo.
ResponderEliminarNuria
¡Muchas gracias Nuria!
ResponderEliminarUn abrazo :)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡No lo conociamos! Teneis cada secreto maravilloso a espera de ser "redescubierto"...
ResponderEliminar(Perdón por borrar el comentario anterior; se nos habían olvidado los puntos suspensivos y la frase quedaba un poco rara) =D
¡Muchas gracias Anacrónicos! Aquí os esperamos con los brazos abiertos. Por cierto, ¡nos encanta lo que hacéis!
ResponderEliminar¡Qué curioso! Jamás hubiera pensado que entre los fondos del Museo se esconde un Sorolla. Es bonito ver que aún quedan tesoros por descubrir en nuestros museos.
ResponderEliminarUn saludo.